El primer paso del proceso psicoemocional de perdonar a otros es el autoperdón.
Perdonar no necesariamente implica dirigirse a quienes cometieron el agravio. Conlleva aprender a no guardar rencor ni anidar deseos de venganza.
Quien perdona reconoce haber sido víctima en un momento determinado, comprende las circunstancias en las que ocurrieron los hechos que le generaron dolor, sufrimiento, aturdimiento y desesperanza.
Perdonar tampoco es justificar al ofensor ni liberarlo de responsabilidad. Es reconocer lo que ha sucedido, mostrar empatía hacia sí misma y desarrollar la resiliencia.
No se trata de exonerar a las personas de las consecuencias penales, sociales o morales, sino de continuar con la vida y superar el malestar psicoemocional, es decir, la ansiedad, la depresión y los traumas, entre otras manifestaciones.
Conceder el perdón y autoperdonarse también requiere de un acto de lealtad hacia sí misma. Nadie puede estar por encima del bienestar personal, de la integridad psicológica, emocional y moral.
La persona, en un momento determinado debe considerar la autocompasión como un mecanismo de sentirse conmovida para tratarse con respeto y amabilidad sin juzgarse, autoinculparse ni autoagradirse.
El perdón no es olvidar, es recordar sin experimentar las emociones o sentimientos desagradables sufridos en el pasado.
Es superar la victimización y elevar el sentido de la dignidad por encima de haber estado expuesta a un daño físico, moral o sexual. Es comprometerse a construir la resiliencia para continuar la vida con plenitud y en paz consigo misma.
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