Buenas tardes, señores Rafael Molina Morillo, José Monegro, Sonia Vaccaro, Luis Vergés, Yanira Lara, señoras y señores.
Todo mi respeto a las niñas, niños y adolescentes que hoy sufren el drama de la violencia.
Durante años se ha hablado sobre el ciclo de la violencia, sus distintas fases, acumulación de tensión, explosión y arrepentimiento, descrito magistralmente por Leonor Walker, el cual puede presentar la peculiaridad de intensificarseo hacerse más peligroso conforme pasa el tiempo.
Nos hemos limitado por años a observar el ciclo y las consecuencias para la mujer, sin detenernos a comprender cómo danzan los hijos e hijas en estos episodios que les invaden de angustia, horror y desesperanza. Si las mujeres no pueden tener el control sobre la violencia que ejerce su pareja, mucho menos podrán los hijos.
En la fase de tensión, los hijos observan el aumento de la discordia; aparecen los insultos, hostilidad, desvalorización, humillación y palabras inapropiadas. La madre intenta calmar al agresor para que no siga irritándose, evita responder a los actos hostiles, pero no siempre lo logra con éxito. El aumento de tensión continúa, los hijos e hijas están pendientes de lo que acontecerá y comienzan a estar alertas sobre lo que sucederá.
En la consulta nos cuentan el temor que sienten de que el padre le haga daño a su madre o le quite la vida: “Era una noche temprano. Era viernes. Temía que la matara. Eran suficientes sus puños. Era muy fuerte”. Algunos, tratan de calmar a la madre, unos calman al padre: “Recuerdo estar en el medio, era la réferidurante mucho tiempo. Hubo un tiempo en que no me importaba, si le daba a mamá defendía a mamá, otras defendía a papá”. Otros se retiran del escenario por temor y por la angustia experimentados: “Tuve que respirar, no estaba tranquilo, total, no valía la pena, él estaba fuera de control”. Otros observan paralizados ante los episodios.
Si la tensión sigue en aumento, la madre siente mayor miedo y ellos también. Ella ya no puede hacer nada para evitar la agresión. Los gritos del agresor, el miedo de la madre y los hijos aumentan, lo que puede generar que uno de los hijos se involucre e intente detener al padre, y corren el riesgo de salir agredidos en esta escalada de violencia. Algunos hijos, cuando están en la etapa de la adolescencia o la adultez temprana suelen enfrentar al padre emplazándolo a que le golpee a él y no a su madre. Un hombre adulto aún expuesto a la violencia contra la madre expresó: “Me he caracterizado por tener mucho control. Me he imaginado dándole en la boca, pero sé que no puedo hacerlo. A veces me veo en el espejo y peleo con papá, me lo imagino a él, lo señalo, lo hago con mucho enojo, y luego me digo: eso no puede ser así. Pienso que me estoy volviendo loco”.
Entre la fase de tensión y explosión, el estrés familiar aumenta, los hijos e hijas están alertas, la hipervigilancia y el temor están presentes. Una hija expresa: “Recuerdo una Navidad, al final, mi papá le entró a patadas a la nevera, a la pared, me golpeó y a mis hermanos también”.
Como la violencia o maltrato es cíclico e intenso, pero de larga duración como pauta familiar, los hijos e hijas presentan una sintomatología asociada a la depresión, ansiedad, estrés postraumático, culpa, miedo y vergüenza. A ellos también les cuesta predecir la explosión y tener control sobre ella.
Los hijos no tienen la capacidad ni las habilidades para enfrentar estos episodios. Todos perciben que no tienen escapatoria de la violencia. Las agresiones físicas y las descargas agresivas verbales están presentes e inundando con dolor y desprecio todo el clima familiar. Los hijos presencian todos los esfuerzos realizados por la madre para protegerse de las agresiones. Algunas de ellas pueden ir: desde proteger su cuerpo, dejar que la descarga ocurra porque no tienen escapatoria, en otros casos encerrarse en la habitación y, en otras situaciones, salir huyendo del escenario que pone en riesgo la vida de ellas y, en algunos casos, la de sus hijos.
Este escenario conlleva a la dramática realidad de la impotencia y la aceptación. El padre se da cuenta de que con sus conductas violentas logra lo que persigue, dominar y controlar, sin tomar en cuenta que es a expensas del dolor que provoca y al miedo infundado.
En la tercera fase, la del arrepentimiento, en la que el padre muestra remordimiento de su conducta, se muestra solícito con todos, con mayor énfasis en los hijos. Hace promesas, da regalos, complace y da cariño a los hijos. En esta fase de calma, todos creen que él va a cambiar. Incluso, puede destacar en presencia de los hijos las cualidades de la madre. En esta fase, la tensión disminuye o desaparece hasta que inicia de nuevo el ciclo.
Incluso, cuando está en la fase crítica de la acumulación de tensión, sabe que en la fase de calma saldrá ileso. Tiende a normalizar y justificar su conducta cuando le dice a la hija que trata de calmar y mediar: “No te metas en las discusiones de tu mamá y yo, que cuando tú te cases no voy a ir a meterme. Ahorita nos vamos de fin de semana y estaremos tranquilos”.
El discurso que sostiene el padre agresor, en el que externaliza la culpa, haciendo creer que la madre es la culpable de provocarlo, de que es ella quien lo altera, de que es la que tiene problemas psicológicos, deja la impresión en los hijos de que ella es la responsable, alterando con esto la percepción que tienen los hijos de la realidad, para quedar exento de responsabilidad de su conducta violenta.
Cuando la madre intenta poner fin al ciclo de la violencia separándose o divorciándose, el padre comienza a ser uso de los hijos. En nuestra experiencia podemos contar algunos de ellos: llamarlos para que le digan a su madre que vuelva con él, que no puede vivir sin ellos: “Que es capaz de cometer una locura si no vuelven. “Me voy a quedar con él, no lo voy a dejarlo solo. Se va a desesperar, yo no sé qué va a pasar. No me lo voy a perdonar”, expresó una hija.
Seguido a la separación, el padre quiere estar más cerca que nunca. Les dice que los extraña, que quiere verlos. Arregla citas y encuentros que ponen en riesgo a la madre. Aumentando éste, si la madre está decidida a no volver.
En los casos en que la mujer decide firmemente separarse, encontramos una variedad conductas de manipulación que hace más compleja la separación, como por ejemplo:
Amenazar con quitar la custodia de los niños en caso de que la víctima lo denuncie.
Usar las visitas (en caso de divorcio o separación) para acosar u hostigar a la expareja.Si uno de los hijos no quiere ir a visitarlo, acusa a la madre de lavarle en cerebro en su contra. Lo que entendemos es que se trata de otro intento más de no asumir la responsabilidad del daño causado a su pareja e hijos. Lo que se constituye,a su vez, en otra forma de maltrato y manipulación.
Llevarse a los niños cuando no hay un acuerdoentre ellos, violentar, tanto el horario como los días de visitas, impide que los hijos reciban atención psicológica si la madre lo ha decidido,rechaza a la profesional elegida por la madre. Exige que se busque a uno con el cual él se sienta cómodo. Conducta de manipulación.
Las estrategias de dominio y control continúan a través de la utilización perversa de los hijos.
Esta problemática nos plantea la gravedad de la violación a los Derechos de la Niñez y la Adolescencia en el propio hogar y que dicha violación viene desde el padre que debe proteger, cuidar y guiar a sus hijos e hijas.
Además de que con su conducta violenta y de maltrato ejercido contra su pareja, estámodelando un patrón de relación violenta, escenario íntimo que la normaliza y legitima.
Muchas gracias.
La experiencia de socialización, se constituye en un factor de vulnerabilidad. La violencia es vista como una manera de castigar y resolver conflictos.
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