Pregunta de la lectora: Mi madre es muy agresiva, me insulta y golpea. Se enoja con
facilidad. Así ha sido durante años. Me molesto tanto que reacciono de igual manera.
Me siento impotente y frustrada. Confieso que la he empujado, le he tirado objetos y
la he amenazado con golpearla. Soy adulta y quiero cambiar. ¿Qué me aconseja?
Respuesta de la terapeuta: La reflexión es el primer paso que ha dado para buscar una
solución. Ha reconocido que las conductas agresivas de su madre le han provocado
impotencia, frustración y violencia.
Han quedado atrapadas en este ciclo de maltrato que no han podido superar, tampoco
han logrado aprender nuevas formas de responder cuando el estrés aumenta entre
ambas. Su actitud defensiva es igual de agresiva que la de su madre.
Es probable que esta pauta relacional haya sido estructurada desde muy temprana
edad. Cuando usted era niña la relación fue asimétrica; ella estuvo en la posición de
autoridad y poder, y usted en la de subordinación absoluta a la autoridad.
Encontrarse atrapada en una posición de indefensión durante años construyó una
actitud defensiva inadecuada que conllevó a reaccionar de igual manera. Aprendió
este estilo de afrontamiento ante las situaciones de estrés generado en la relación
interpersonal.
Si viven juntas, el conflicto se hace crónico, no se plantean soluciones razonables y
cada una reacciona: atacar y contraatacarse. Las respuestas son impulsivas,
emocionales y de baja tolerancia sin mediar un pensamiento reflexivo. No se escuchan,
buscan imponerse una a la otra desacertadamente.
El resentimiento aparece porque ambas se sienten atacadas, poco comprendidas e
irrespetadas, situación que aumenta la sensación de frustración e impotencia.
¿Qué pueden hacer? Primero, no pensar que una provoca a la otra. Cuando se piensa
de esa manera la posibilidad de asumir el cambio se reduce, se espera que la otra
cambie y, por lo tanto, no se percibe la forma de participación en el ciclo.
Segundo, asumir el control de sus emociones y pensamientos. Además, aprender a
controlar las emociones, autogestionarlas es fundamental. Tercero, no alimentar los
pensamientos que aumenten el malestar y sirven de estímulo para reaccionar y
justificarse. Cuarto, deshacer la idea de que es la otra persona la provocadora.
Quinto, asumir conciencia de sus propias reacciones, emociones, impotencia y
frustración. Usted es responsable de ellas, nadie más.
Si la situación persiste busquen ayuda o valoren la posibilidad de vivir separadas.
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